miércoles, 21 de agosto de 2013

Salvadora. 3ª parte: “Ejercicio Plástico” el mural de David A. Siqueiros



Lea la 1ªparte: 
http://javiervillanuevaliteratura.blogspot.com.br/2013/08/salvadora-la-venus-roja.html

Lea también la 2ª parte:
http://javiervillanuevaliteratura.blogspot.com.br/2013/08/salvadora-la-venus-roja-y-evita-2-parte.html

“Ejercicio Plástico” Mural de David A. Siqueiros en la casa de Salvadora y Natalio Botana.


Esta pieza artistica -como en un paralelo irónico y poco sutil con la vida de Salvadora Medina Onrubia- tiene una historia en la que se mezclan el arte, el amor, la traición, el dinero y claro, el poder. Todo empezó en 1933, cuando el mejicano Siqueiros llegó a Buenos Aires con su mujer, la poetisa uruguaya Blanca Luz Brum, y se relacionó con Salvadora y Natalio Botana.

Siqueiros, ardiente militante del comunismo estalinista mejicano, es conocido, junto con Diego Rivera y José Clemente Orozco, como uno de los fundadores de la escuela muralista de Méjico, que proclamó un arte público dedicado a temas revolucionarios y a las cuestiones sociales con el objetivo de inspirar a las clases obreras y populares.

En Buenos Aires, la pareja se encontró con Natalio Botana, fundador del diario “Critica”, casado con Salvadora Medina Onrubia, anarquista, poetisa y autora teatral. Fue Botana quien le pidió al artista mejicano que pintase un mural en el sótano de su casa-quinta en las afueras de Buenos Aires (Los Granados, Don Torcuato), en una época en que el mejicano todavía no había alcanzado su reconocimiento internacional.

El artista plástico aceptó la oferta y pidió que Botana contratara otros tres jóvenes pintores para ayudarlo a encarar la empresa. Los elegidos fueron Antonio Berni, Lino Spilimbergo y Juan Carlos Castagnino -los que luego serían autores de los murales de la galería Pacifico y que luego iniciarían el movimiento muralista argentino. El equipo se completó con el escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro.

El trabajo se realizó en solo tres meses y es el único en el que Siqueiros le gambeteó a los temas políticos y sociales. El mural pintó a su mujer, la poetisa Blanca, con una técnica bastante moderna para su época. Aunque llegó a la Argentina para dictar tres conferencias sobre la creación artística en los tiempos de la revolución mejicana, Siqueiros terminó pintando el mural para satisfacer las veleidades de Botana, considerado por muchos apenas como un magnate excéntrico de las comunicaciones porteñas. La obra, ignorada por el contratista del proyecto, más tarde fue tratada de ser borrada con ácido y tapada con cal por encargo de la esposa del siguiente propietario de la casa, a la que le avergonzaba la supuesta vulgaridad de los diversos desnudos femeninos.

Los artistas reemplazaron el pincel por el aerógrafo y el dibujo por la fotografia; cambiaron el óleo por las resinas sintéticas, y el banco del  pintor y su punto de vista más o menos académico por diversos movimientos arbitrarios que se repetían desde diversos ángulos todo el tiempo. También experimentaron por primera vez las pinturas sintéticas -piroxilina y silicato- aplicadas con pistolas de aire comprimido, que volvieron al mural uma obra casi indestructible e imborrable.

Como la intención de Siqueiros era simular una caja de cristal hundida en el agua y a la vista de figuras voluptuosas de aves acuáticas, los pintores usaron diapositivas que proyectaron oblicuamente contra el muro. A medida que las imágenes se curvaban contra las paredes del sótano, las figuras de mujeres desnudas se iban deformando y los contornos se extraían de estas imágenes. 
Siqueiros había decidido crear una “visión algo etílica”, como la de estar situado “en el centro de una burbuja transparente en el fondo del mar’’. Esto se tradujo en la serie de formas femeninas desnudas que se desdibujan y se fusionan a lo largo y ancho de las paredes, techos y pisos. La musa era Blanca Luz Brum, mujer del muralista, que posó desnuda dentro de un cubo transparente mientras la fotografiaban.

Pero Blanca no sólo fue la musa del mural: su figura le agrega a la obra un halo de leyenda y de misticismo pues, mientras Siqueiros pintaba el cuerpo desnudo de su mujer en el sótano, Blanca se convertía en amante del patrón, Botana. El trabajo es entonces, y al mismo tiempo, también una imagen del final del romance del mejicano con la poetisa uruguaya, y el comienzo de la larga agonía de Salvadora, la mujer de Natalio Botana.

Pero volvamos otra vez al principio: David Alfaro Siqueiros ya andaba metido en problemas políticos cuando llegó a la Argentina. Sus desencuentros con la revolución mejicana lo llevaron a la cárcel en 1924, y luego al exilio en Uruguay en 1929, en el que conoció a Blanca Luz Brum.
En 1932, una galería de moda de Los Ángeles le había ofrecido pintar el mural “La América Tropical’’ en una de las fachadas del Plaza Art Center del Olvera Street’s Italian Hall. Pero la obra, con todos la estética  revolucionaria siqueirista en ebullición, no aguantó la polémica* de su inauguración y Siqueiros tuvo que salir de apuro aceptando la invitación de la escritora argentina Victoria Ocampo para dar unas conferencias en la “Sociedad de Amigos del Arte” de Buenos Aires. Más tarde, Siqueiros no pudo con su genio revolucionário y apoyó una huelga; fue expulsado del país, y Blanca se quedó en Argentina con Botana.

Con la muerte del empresario en 1941, y antes de la venta total del diario “Crítica”, la casa-quinta fue liquidada, y la mujer del nuevo dueño –nada menos que Álvaro Alsogaray- quiso destruir con ácido la obra, considerándola pornográfica. Como el ácido no funcionó, terminó mandando cubrir la pared con cal.

En 1989 la casa-quinta fue comprada por Héctor Mendizábal, que decidió recuperar el mural y luego separarlo en varias piezas como un rompecabezas, con la intención de poder mostrarlo al mundo. Finalmente, la desastrada operación de rescate lo mutiló en siete pedazos, que fue guardado en cinco containers, para convertirlo en una muestra itinerante. Entonces, el proyecto terminó -para alegría de los honorarios de los abogados- en un pleito absurdo que dejó al mural en un limbo de indefiniciones por un largo tiempo.

Es que la obra de ingeniería exigió un proceso sofisticado, que además, se chocó al final con un embrollo judicial, y las piezas terminaron almacenadas en cajas durante 17 años hasta que, en 2003, Kirchner decidió que el trabajo era de gran interés artístico nacional, y el senado argentino aprobó la expropiación.
Para resumirlo, digamos que el nuevo propietario –Álvaro Alsogaray y su pudorosa esposa- se cansan de la casa-quinta y se la venden a un grupo de inversionistas que saben que la existencia del mural de Siqueiros puede rendirle millones. Los jóvenes contratan a una empresa mexicana para las restauraciones y a un grupo de ingenieros para rescatar el mural. Luego de quince meses removiendo la cal que lo cubría, cavaron el sótano, rebajaron la espesura de la pared de sesenta para tan solo dos centímetros . Y cortaron el mural en siete partes para empezar la muestra itinerante. Los nuevos propietarios de la casa-quinta –que en realidad solo se interesaban por el mural de Siqueiros, fueron incluso hasta la isla Robinson Crusoe, frente a Valparaiso en Chile, en el archipiélago Juan Fernández, a encontrarse con la familia de Blanca Luz Brum. Es que cuando la poetisa uruguaya rompió con el mejicano y se decepcionó de la aventura con Botana, se fue a la isla de las peripecias de Robinson Crusoe y abrió una posada. Beche Brum, la hija de la uruguaya, les vendió a los jóvenes emprendedores todas las cartas, dibujos, esbozos y papeles de Siqueiros referentes a la obra del mural y otros recuerdos de los que Blanca jamás se había separado después de su aventura porteña.

Pero volvamos otra vez a Natalio Botana y veamos cómo llegó el empresário de “Crítica” hasta Siqueiros. Es que el mejicano tenía una más que conocida capacidad de irritar a cualquier público, y tanto alborotó a la elite porteña con sus planteos irreverentes –como su exhortación a los artistas argentinos “a sacar la obra de arte de las sacristías aristocráticas, para llevarla a la calle, para que despierte y provoque, para liberar a la pintura de la escolástica seca, del academicismo, y del cerebralismo solitario del artepurismo, para llevarla a la tremenda realidad social, que nos circunda y ya nos hiere de frente’’- que los que lo habían contratado para tres conferencias le suspendieron las dos últimas, y encima, el gobierno conservador del general Justo decidió meterlo en la cárcel.
El dueño de “Crítica”, que se ya había interesado en la visita de Siqueiros, no perdió tiempo cuando se enteró que el mejicano andaba en aprietos. Le ofreció pintar el primer mural en un espacio interior del bar que tenía en el sótano de su casa-quinta, y a cambio le daba vivienda y comida. Sin opciones, Siqueiros aceptó a contragusto y dijo que el mural era “el fruto forzoso de nuestra condición de asalariados’’.

Con una historia como ésta, el mural ya le dio aliento a dos películas: “El Muro de Siqueiros”, de Héctor Oliveira –el de la Patagonia Rebelde- y el documental “Los Próximos Pasados”, de Lorena Muñoz. Después de todo, la historia del mural de Siqueiros, creado en el sótano de Salvadora y Botana -sótano multicolor en el que el empresario y sus amigos ilustres, como Neruda y García Lorca, entre otros, se juntaban a jugar a las cartas- tiene un poco de todo: amor, celos, disputas políticas, exilios y pleitos judiciales. Finalmente el empeño del gobierno resultó exitoso para restaurar la obra, expuesta ahora en el Museo del Tigre, lo que demandó 600 mil dólares, financiados por siete u ocho empresas privadas.

Javier Villanueva, São Paulo, 21 de agosto de 2013.

Ver el artículo en la revista del diario La Nación del 05/ 07/ 2009, con multimedia para hacer recorrido virtual por el mural:

 Nota: El foco visual y simbólico central del mural en el  Plaza Art Center del Olvera Street’s Italian Hall, en Los Ángeles, es un peón indio, que representa la opresión del imperialismo de los EE.UU. Está crucificado en una cruz doble, coronada por un águila norteamericana. Una pirámide maya en el fondo, invadida por la vegetación, muestra campesinos peruanos armados y un agricultor mexicano, que se sientan en una pared en la esquina superior derecha, dispuestos a defenderse.
 La representación alegórica que pinta Siqueiros de la lucha contra el imperialismo no era un tema cómodo para ser exhibido en el centro de Los Ángeles, donde se mueven sus negocios y toda la clase política. También era un tema incómodo para Christine Sterling, la matrona y promotora de la sociedad que sustentaba al Olvera Street, posiblemente porque no se ajustaba a su imagen de Olvera Street como un pueblo mejicano dócil y tranquilo. Por desgracia para los artistas, la política conservadora norteamericanade la época triunfó sobre la expresión artística, y en seis meses una sección del mural visible desde la calle Olvera había sido borrada. En menos de un año, la obra ya estaba completamente cubierta.