lunes, 12 de noviembre de 2012

El rastrojero y las aventuras del tío Saro





El tío Saro había llegado a las Chacras después de casi veinte años de no bajar de La Cocha, ciudad de Tucuman en la que se había establecido. El abuelo Victoriano estaba feliz con la visita del primogénito, y la abuela Eufemia no paraba de andar de acá para allá, como una hormiguita laboriosa, arreglando cosas, preparando las comidas para la enorme familia, conversando con la nuera y con la cuñada del Sarito –sus dos mujeres, decíamos los chicos, porque lo seguían a sol y a sombra y no se le despegaban ni un minuto siquiera.
Sarito, según dicen los viejos, había sido muy aventurero en sus años mozos. Y yo me lo imaginaba al tío Saro con un sombrero de corcho de explorador, viajando por las selvas de África; pero no, las "aventuras" a las que se referían los mayores eran de otro tipo, y los chicos no podíamos saber demasiados detalles.

Digamos que para la época de aquella visita memorable yo ya había entendido un poco más de las cosas de la vida y me lo imaginaba a Sarito como un hombre maduro, pero todavía alegre, juguetón, atractivo para las damas de aquella época tan recatada, anterior a los locos años sesenta.

La cosa es que después de pasar dos días en casa, con toda la familia, Saro decidió dar una vuelta por el vecindario de chacras y quintas de la región de la Falda. El único pequeño inconveniente era que el jeep, un rastrojero de la época de la segunda gran guerra, estaba con un pequeño desperfecto en el arranque .

La cosa es que, aún con problemas mecánicos -o eléctricos- en el auto, el tío se fue a cumplir con sus obligaciones sociales. Sí, así nomás como me lo cuenta el Memorioso: el Sarito se pasó dos días y sus dos noches sin apagar el rastrojero porque al final descubrió que también se le había quemado el burro de arranque, y si lo apagaba ya no lo podría encender más. Entonces se escuchaba el puf-puf-puf del autito, día y noche por los senderos de las Chacras; y el viejo Saro, dale que dale a festejar.

De a poco se fueron organizando las mujeres de la familia, y partían comitivas de primos y cuñados tratando de convencerlo a Saro a que volviera a los brazos de su mujer; pero el viejo tenía un tremendo índice de aceptación popular, y a cada partida de parientes que iba a llamarlo, el grupo de farristas crecía y crecía.

A mí me mandaron en la partida final. Era la última esperanza, por ser el mayor de los primos varones; pero no hubo caso, volvimos un par de horas después. Yo me sentía como Lucio V. Mansilla en su excursión a los indios ranqueles...no podíamos fallar, ¡había que traerlo al viejo costara lo que costara!

Por fin, volvimos con mi tío unas 49 horas después de su partida original, con una murga alegrísima de primos, tíos y cuñados, todos cantando. El rastrojero todavía llevaba un poco de gasoil en el tanque.

La mujer lo quería matar, pero el insistía en una única explicación y disculpa: "pero mujer, ¡es el pueblo que me quiere!".

Javier Villanueva. Recuerdos de familia. Catamarca, un gran Macondo. São Paulo, 12 de marzo de 1994.

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